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jueves, 22 de marzo de 2018

Flor de invierno 2018: Narcissus asturiensis (Jordan) Pugsley


El invierno aún impone sus condiciones, días cortos y temperaturas bajas, la nieve aún cubre buena parte de los pastos de montaña, pero eso no amedrenta a algunas plantas que empiezan temprano su periplo anual. Muchas de estas plantas que desafían al invierno viven muchos años y pasan buena parte de su ciclo vital bajo tierra en forma de bulbo, son los denominados geófitos. Una de ellas es este pequeño narciso, que puede llegar a teñir de amarillo algunas praderas de montaña cuando la nieve empieza retirarse.

Es un endemismo con un área de distribución mundial restringida al Sur de Francia, Norte y Noroeste peninsular, desde los Pirineos hasta la parte occidental del Sistema Central, colonizando en buena medida toda la Cordillera Cantábrica. En algunas de esas montañas en las que crece pueden encontrarse miles de ejemplares. No obstante, está protegida en el ámbito europeo por la Directiva Hábitat, que la incluye entre aquellas especies de Interés Comunitario para cuya conservación es necesario designar zonas especiales de conservación (Anexo II).
Estos lugares en los que vive son praderas de montañas calizas, claros de matorral y bordes de bosques, e incluso puede colonizar repisas en los roquedas e instalarse en algunas grietas de karts siempre que haya algo de tierra en la que arraigar, generalmente por encima de los 1000 m de altitud, aunque se conocen algunas poblaciones ubicadas en áreas más bajas.

Su taxonomía es complicada, de hecho existe un interesante debate, tanto sobre su nombre científico (N. minor frente a N. asturiensis, aunque toma fuerza que el correcto es el primero), como sobre su variabilidad subespecífica, no estando claro si existen dos o tres subespecies (jacetanus, brevicoronatus, exiguus…). Lo que sí parece claro es que al menos los ejemplares del occidente tienen ciertas diferencias con las poblaciones orientales.

Es indiscutible que se trata de una planta perfectamente adaptada a soportar las duras condiciones de la montaña, en un periodo de tiempo en el que la mayoría de plantas están todavía en su sueño invernal, esto podría ser una adaptación que haya favorecido su expansión por buena parte de las montañas calizas ibéricas. Su capacidad para florecer tan pronto le puede dar una importante ventaja si en esos momentos también están activos sus posibles polinizadores (abejorros y abejas solitarias principalmente), aunque si no es ese el caso, no hay problema, otros ejemplares de la población pueden florecer más tarde, durante los primeros meses primaverales, abarcando así un largo periodo en los que sus bellas flores colorean los pastos de montaña.

Lo cierto es que esa resistencia a condiciones ecológicas adversas no la hacen invencible, y muchas de las actividades humanas en esas cordilleras la van arrinconando poco a poco. La presencia de ganado, en principio podría ser beneficiosa, al mantener los pastos frente a los matorrales, aunque un exceso de ganado o la continua presencia del mismo durante todo el año, puede estar llevando a problemas de compactación y/o nitrificación del suelo, lo que podría afectar negativamente a esta especie y a otras típicas de praderas de medias y altas cumbres. El incremento de trasiego humano, la apertura de pistas, e incluso la recolección, son otras amenazas que se ciernen sobre este singular narciso.
Bibliografía

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